Este pobre discurso que sigue se ha caído de torpes
manos (no de las mías
–tiempo habrá de dar noticia
de quién es la cabeza y la ocasión que lo han
tejido). Una vez encontrado, yo lo
he adoptado a él y él
a mí pues ambos desvalidos nos veíamos. No he tenido
lugar para zurcirlo y traerlo a conveniencia. Por tanto,
téngase sosiego y
tómese del menú lo que plazca y apártese
lo que enoje.
Como prólogo brevísimo hay escrito un único verso
del Orlando furioso de
Ariosto (que también utiliza Cervantes
en el final del Quijote de 1605): “Forse
altre cantarà con
miglior plectro” (que aplicado al caso significa: otro lo
escribirá con mejor pluma).
El discurso se titula “CUANDO SOBREN LAS PALABRAS
SERÁ CUANDO MEJOR
HABLEMOS” (Mal principio, malo…,
pues yo me gano la vida con el palique de un
honrado
vendedor de coches).
Y
principia así:
Os hablaré
a vosotros, hijos o alumnos nuestros, como
varones y féminas de multiforme ingenio que, después
de superar
innúmeras pruebas poco hace, veréis
poblaciones y conoceréis las costumbres de muchos
hombres y padeceréis
en el ánimo gran número de
trabajos en vuestra
navegación.
Dejaréis
puerto abrigado y aún cerca de costa advertiréis allá
en tierra a vuestros
tutores (uno que garabatea números en
el aire, otros letras en la arena, alguno
que mide aletas caudales
de pescados,
aquel que habla en la lengua de Roma y
traduce pareceres a los griegos, otro más que vocea
geografías extrañas...) todos reducidos en distancia cabrían
en la
cuenca de vuestras manos.
Cícladas,
Eólicas, Sarónicas, Jativánidas, Valencianias,
Alcóydidas, Gandiánidas...Las
cruzaréis todas. Nunca os
detengan horrísonas harpías, ni melódicas sirenas, ni
Calipsos,
ni semidioses hermosos ni semidiosas rogantes, todos de
verbo
suasorio. Que no os descamine el cambiante azar.
Partido
habéis ya, antes incluso de dejar la dulce Ítaca (Esto
es un tópico muy
manoseado; ahora mismo en decenas de
institutos decenas de tutores en decenas
de discursos la
nombrarán decenas de veces; así que debéis colocar en
su lugar Ollería,
Alfarrasí, Montaverner...igualmente dulces),
partiréis, digo, a por islas que
aparecerán solo cuando a ellas
lleguéis vosotros.
Que embarquen:
Ana
Albiñana, cuya azafranada luz aleja
la calígine.
Ignacio
Camarena, el de contenida discreción
Jénifer
Camarena, la de graciosas efélides
Valentín Clavo, el de paso claudicante que tiene tiene vozarrón
de bronce y grita tanto
como otros cincuenta
Ángel
Engo, revestido de impetuoso valor
Míriam
Estrela, doncella belicosa de ojos vivos
Tamara
Ferri, que rompe filas de
guerreros y tiene el ánimo
de un león
Rafael
García, tan fértil en recursos
Héctor
Giner, el de broncínea armadura y
sonrisa tremolante.
Mireia
Micó, hija de la mañana, cuyo resplandor llega al cielo.
Sara Micó Soler, la argiva más hábil de entre todos los atletas
que honran al padre Zeus
Óscar
Mompó, el benéfico de prudente espíritu
María Mompó, la de hermosas mejillas que se complace
en escribir versos
Noelia
Moscardó, la que lleva arco de
plata y enardece
a los filósofos
Laura Ruiz, la de los ojos
garzos
Carles
Santacatalina, el de los
silencios elocuentes y portador
de diccionarios
Alba
Sanvíctor, predilecta de los dioses
Andrea
Sanz, la nacida con los ojos de Atenea
Estela
Sanz, la de larga cabellera que aconseja a los troyanos
Jorge Terol, el mejor de los aqueos y mediador entre los
hombres y los dioses
Éric
Úbeda, el de las sandalias aladas
Embarcad y que no haya aflicción para
los que aguardan
la ocasión siguiente, a todos se os tiene en la memoria (ni
para
Ángel Albiñana, ni para Alejandro García, ni para Lorena, ni para
Sara, ni
para Meri ni Javier...). Habrá otras naves para vosotros
que también partirán y
alcance darán a la primera.
Y en esas ínsulas de las que ciudadanos
primeros
sino príncipes habréis de ser, que se pueda decir de vosotros:
“No
ha habido para estos mujeres y hombres gloria más ilustre
que la de luchar por
la obra de sus propios pies o de sus
propias manos”.
Regresaréis
entonces, cruzando el piélago, en retorno
distraído, a este puerto (Ítaca, es
decir, Ollería,
Alfarrasí, Montaverner...). Y una mañana advertiréis a un señor
o
a una señora paseantes (ya encorvados, con perro faldero,
y moceando fuera de
dignidad con moderno vestuario). Solo
habrá pronombres y vosotros seréis
“ustedes”, y nosotros “tú”.
-¿Eres
tú Josep, Cristina, Miquel, Gonzalo...?- Y se
os responderá:-¿Y usted quién es
y de qué me conoce?
Deberéis
comentar con prontitud y aplomo:-”Soy Ángel,
soy Ana, soy Mireia, soy Jorge...y me diste física, me
diste
matemáticas, me diste castellano...” Y sin que crezca mucho
el silencio
apostillaréis con brevedad calma: -”Y lo que me
enseñaste me ha servido de
algo”.
Llegaréis
a creer que después de tanto tiempo el encuentro
es casual; ¡qué incautos! Seremos
nosotros quienes os
habremos buscado. Y continuaremos después el paseo con
placidez, buscando por las arboledas a otro de los vuestros.
Porque nos haréis
mucha falta.
Aquí
el discurso dice:
SOBRAN LAS PALABRAS. FIN
SOBRAN LAS PALABRAS. FIN