sábado, 21 de mayo de 2011

ASUNTO: ANNE MARIE VANWEMMEL/(CARTA DE AMOR DE PAUL VERHEYEN)




Recibí hace unas semanas un larguísimo correo en mi cuenta privada. Asunto: Anne Marie. Tras un breve preámbulo en el que se indicaban, después de una disculpa
protocolaria por la intromisión, instrucciones acerca del propio mensaje, de su posible utilización y difusión, venía una larga relación de hechos y personas que solo he conocido por la lectura de una novela. Personajes –ahora sé que también han sido personas reales como yo mismo- que viven tanto dentro del libro como fuera de él. Se han respetado las condiciones pedidas. Léase lo que sigue y olvidado quede en la sombra lo que el decoro y las impuestas peticiones disculpan. Poco, de todas formas, se ha hurtado.

“(…) Enfrente de nosotros dos, en la misma mesa donde otros turistas alemanes también bebían y coreaban una canción, una pareja de españoles departía ante sus cervezas recordando, al parecer, sus días vividos en Bélgica. Tomaron fotos y, seguramente, nosotros también fuéramos registrados. El acento del español, resonando en el corazón de Europa, a mí me sonó distinto e inadvertidamente presté atención a sus erres, a sus eses, a sus jotas. Fui lanceado por una palabra y luego por otras muchas. Los españoles se contaban mi propia vida.

Había acudido con mi mujer desde (…) a la capital en tren. Era el día en que en la Grand Place se dibuja el tapiz de flores. Por una vez hay tantos belgas como extranjeros recorriendo el corazón de la vieille Bruxelles. Aprovecharía además para ver alguna de las exposiciones que recordaban que el Congo fue belga hacía cincuenta años. Mi infancia en un museo.

Hace ya tanto…, pero está más viva en mi memoria la relación de sus días que el desayuno de esta misma mañana. Aunque vine a la vida bajo los cielos emborregados que Magritte pintó, realmente fue en el Congo belge donde se me abrieron los ojos de niño. Mi

padre era un funcionario del gobierno que (…) Allí conocí a H. D. . Toda la colonia de europeos sabía de cada una de las personas que la formaban. No es que fuéramos grandes amigos, no lo fuimos; pero sí que nos tuvimos simpatía. Compartimos, junto con otros compañeros de liceo, marchas, excursiones, cacerías y baños en las chocolateadas corrientes del Kala-Nkon…Los compinches variaban en cuanto las familias cambiaban sus planes africanos, lo que sucedía a menudo; muchos volvían a la metrópoli o buscaban otro destino en el corazón de las tinieblas –como usted sabe, también se le aplicó este nombre a las inmensidades selváticas-.

¿Ha oído usted hablar recientemente sobre los universos paralelos? ¿Sí? Pues sabrá que van en moto. Bueno, el que iba en motocicleta era yo. Acabé enfangado de barro naranja y con una fea fractura de tibia y peroné. Me operaron. Cambiaron de golpe las caras, las comidas, los horarios y las aficiones… Me dio por leer un libro tras otro. Así conocí a una joven belga que al otro lado de un endeble biombo se recuperaba de una enfermedad estomacal con que los trópicos dan la bienvenida. Poco hay que decir: me enamoré. Inflamado por la fiebre de las lecturas equinocciales, novelé mi torpe amor de adolescente. Ambienté mi primera novela en la exuberancia que nos rodeó, en las personas conocidas de la colonia y en la magia, que es lo que más nos confundió como intrusos que éramos (a pesar de las burlas que entre nosotros corrían sobre hechiceros y sus repulsivos remedios). Tal fue el cambio que supuso la estancia en el hospital que dejé de frecuentar lugares, personas y costumbres que hasta el momento ocuparon mi vida. Otra paralela empezó.

Al cabo de poco tiempo regresamos a Bélgica; allí, entre los barracones coloniales, dejé muchas cosas, como los tres capítulos de esa primera novela que entonces no pude terminar. Quedó seguramente traspapelada en una caja de cartón, desechada por mi madre al disponer el viaje de retorno.

Cuando oí, hace apenas unos meses, pronunciar por un español, dentro de una conversación sobre libros recomendados para estudiantes jóvenes el nombre de Paul Verheyen y la historia del cementerio con la aparición de una joven muerta, apresté los oídos y no pude prestar atención a nada más. La pareja salió de À la Mort Subite, e hicimos nosotros dos lo mismo. Galeries Saint Hubert, Grand Place, Rue de l’infante Isabelle… Allí se nos perdieron finalmente. Cuando pude a alcanzarlos, no me decidí. Les quise gritar desde lejos que se pararan, que yo era PAUL VERHEYEN…

Yo mismo soy un usurpador también y robo historias. Sin embargo nunca le he quitado a otro hombre sus palabras. Me dedico a la escritura y tengo publicadas bajo pseudónimo varias obras con mis obsesiones de África. Es curioso, aquí no han gozado del éxito que ahí, en España, tienen. España. Es por mi mujer; por ella he viajado mucho a su país en el que paso largas temporadas al sol y firmo contratos para mis libros.

No le he escrito, perdóneme otra vez, por la vanidad de la dudosa fama que pueda dar la autoría de una sola novela; no. Es por ella, mi mujer. Leyó el final de “El brujo…” y si bien le hizo gracia alguna alusión a la naturaleza de nuestro amor, no quiero que ya después de más de cuarenta años –y más ahora que soy yo quien camina cogido de su brazo- tenga la semilla de la lacerante inquietud. Poco puedo hacer para que la historia se enderece y sea concorde con la verdad de aquellos días en los que nos conocimos. Fueron aquellas palabras del libro, ni escritas por mí, ni inspiradas tampoco por confidencias a

aquel lejano camarada H. D. : “Sentía un profundo cariño por mi esposa, aunque quizá no tan intenso como había anhelado. Notaba un extraño vacío afectivo, similar al que experimentaba antes del cambio…” (pág 215).

Mi mujer, Anne Marie – sí, es ella- está aquí, a mi lado, respirando el perfume de una novela antigua. Y este correo –tómase por una pueril carta de amor- no es una vindicación ni un reproche. (…) Quizá esto mismo se lo pueda relatar a sus alumnos cara a cara, allí, en su liceo de España, como sé que otros escritores suelen también hacer (…)”

Después de leído muchas veces el correo de Paul Verheyen aún no ha desaparecido el pasmo que me tomó cuando leí escrito su nombre. Y más cuando el Sr. Heinz Delam estuvo entre nosotros el otro día, tan amable, tan afable, tan dispuesto a la glosa

de una vida ¿fingida? Algunos datos que no se han incluido siguiendo la voluntad de Paul pudieran explicar la casualidad (?) de la visita de Delam y la recepción de las explicaciones de su antiguo colega en el Congo de finales de los cincuenta del siglo pasado. Muchas veces me he dicho desde hace unos días si no me habré convertido yo también en personaje de novela escrito por VERHEYEN/DELAM, cualquiera que sea la naturaleza real de estos. ¿Leeremos en el futuro una nueva novela de DELAM con una vuelta de tuerca a su Brujo leopardo? ¿Saldremos nosotros en ella como espectadores secundarios?

ACTIVIDADES

1 Redacta un breve resumen (diez líneas) con el contenido de todo el texto anterior (ha de ser en tercera persona, emplea tus propias palabras y cambia, si lo crees oportuno el orden de los hechos e ideas que aparecen).

2 Vas a ser un escritor de novelas, y vas a redactar la primera página de tu próxima obra: imagina cuál

es la continuación de la novela El brujo leopardo (se trata de que pienses cómo encamina Paul Verheyen su nueva vida con Anne Marie). Puedes escribir en primera persona. Unas quince líneas.

3 ¿Sabrías decir en qué obra famosísima se piensa que fue un escritor quien redactó el primer acto y que fue otro distinto el que la continuó?

4 En el Quijote también se cuenta cómo unos personajes se encuentran de alguna manera unos manuscritos que narran la historia de la propia vida de estos. El resultado de las obras donde ocurre esto es que los límites entre fantasía o literatura y realidad de anulan. ¿Podrías contar tú el asunto de los manuscritos del Quijote?

TE ESPERA NOTA EXTRA

1 comentario:

Pandorita dijo...

Nos despedimos de A la mort subite con un ¡hasta la próxima!
Caminando por la Galerie Saint- Hubert noté su presencia.Alguien rozó levemente mi hombro con su mano.Me giré, un desconocido acompañado de una mujer sostuvo unos segundos mi mirada, con un gesto de disculpa siguió su camino. Me dió la sensación de que estuvo a punto de decirme algo.
Sí, recuerdo que hablamos del Brujo leopardo mientras apurábamos las últimas horas en Bruselas.